Por el equipo de Archivo de sueños

Soñar es una de las pocas experiencias que seguimos teniendo sin control, sin testigos, sin reglas. En el sueño,
el tiempo se pliega, los cuerpos cambian, las palabras se disuelven. No hay lógica que ordene, ni leyes que
restrinjan. Y, sin embargo, cada vez que soñamos, se abre una grieta por donde asoma lo más profundo de
nuestra mente.

¿Por qué nos cuesta tanto recordar los sueños?
Tal vez porque la sociedad no nos enseña a darles valor. No tienen utilidad inmediata, no son “productivos”,
no generan datos duros. Son, simplemente, manifestaciones de lo sensible. Y por eso, muchas veces, son silenciados.

En Archivo de sueños, creemos que recordar y compartir lo soñado es un acto de resistencia. Un
gesto de conexión con uno mismo y con lxs demás. Al poner en palabras o imágenes eso que parecía inefable, lo volvemos parte del mundo. Le damos forma a lo invisible.
Aquí, cada sueño cuenta. No importa si fue fragmentado, extraño, hermoso o aterrador. Lo importante es que
te atravesó.

Porque soñar también es narrar sin narrador, crear sin voluntad, sentir sin explicación. Es un lenguaje antiguo, anterior a las normas y a los relojes. En los sueños habitamos otros mundos, y muchas veces, sin saberlo, nos encontramos con partes olvidadas de nosotros mismos.

Hay quienes sueñan con mares imposibles, con personas que ya no están, con futuros que nunca llegarán. Hay quienes, al despertar, se sienten habitados por una emoción que no saben nombrar, como si algo se hubiera movido en el fondo de su conciencia. Eso también es el sueño: un mensaje en clave, una vibración de lo inconsciente que pide ser escuchada.

La neurociencia ha investigado el fenómeno onírico durante décadas. Sabemos que los sueños ocurren, en su mayoría, durante la fase REM del sueño (Rapid Eye Movement), cuando la actividad cerebral se asemeja mucho a la que tenemos cuando estamos despiertos. Durante esta etapa, se activa el sistema límbico —centro de las emociones— y se desactiva parcialmente la corteza prefrontal, que regula la lógica y el pensamiento racional. Por eso los sueños suelen ser intensos, desordenados y llenos de símbolos.

Estudios científicos sugieren que los sueños cumplen funciones esenciales: contribuyen a la consolidación de la memoria, permiten procesar emociones complejas y favorecen la creatividad. Investigadores como Allan Hobson, Rosalind Cartwright o Mark Solms proponen que soñar es una forma de integración emocional y cognitiva: una especie de laboratorio interno donde ensayamos futuros posibles o resolvemos tensiones psíquicas sin darnos cuenta.

Entonces, ¿por qué los olvidamos? Una de las razones principales es que, al despertar, no se activa automáticamente el hipocampo —área clave para transferir recuerdos a largo plazo—, y así lo soñado se evapora como niebla. Sin embargo, prácticas como llevar un diario de sueños, despertarse lentamente o compartirlos con otrxs pueden mejorar significativamente su recuerdo. De hecho, hay evidencia de que quienes trabajan activamente con sus sueños desarrollan una mayor autoconciencia emocional y creatividad.

Por eso, en este archivo, no interpretamos, no juzgamos, no explicamos. Solo abrimos espacio. Como quien deja una puerta entreabierta para que el viento entre y traiga consigo noticias de otras orillas.

Invitamos a recordar. A escribir. A dibujar. A decir en voz alta. Porque cuando nombramos lo soñado, algo cambia. Y en esa transformación, también nos transformamos. Nos volvemos más porosos, más atentos, más humanos.

Recordar un sueño es un acto íntimo, pero compartirlo puede ser profundamente político. En un mundo que nos exige certeza, productividad y velocidad, detenernos a escuchar lo onírico es elegir otra forma de estar. Es afirmar que lo que sentimos también importa. Que la imaginación también cuenta.

Aquí, cada sueño es una semilla. Y cada relato, una forma de cultivarla.

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